Idea y conceptos
Esta pieza de video parte de una reflexión sobre el proceso de búsqueda de una persona que está en vías de llegar a ser ella misma, pero que aún es informe. Los secretos del reverso de unas gafas van marcando tus dos caras pero una no es percibible a la vista y sin embargo, es la que documenta el autentico testimonio. El video es una secuencia continua, un ritual de ocultación, de introspección pero también de sanación pues la mujer se sana a si misma. Entendemos de esto. Asique solo hay que buscar el fotograma revelador, ese instante preciso que devuelve la denuncia. Sana sana CARITA de rana, si no se sana hoy, sanará mañana. Una imagen de sanación que nos devuelve al tacto del recorrido, al espacio de cinco palabras mágicas que una madre en-cantaba a su hija cuando hería su cuerpo en el juego de vivir:
La periodista Alicia Gonzalez escribe sobre esta pieza de videoarte:
Sanación que es ocultación, salvación con un toque orientalizante que se percibe en ese mosaico de falsas teselas que la autora va construyendo con su cara sobre la que coloca múltiples tiritas, apósitos, bandas adhesivas para impedir que penetre nada más, configurando una masa informe sobre su rostro. No es la procesión de los arqueros de Susa, pero la disposición de cada fragmento elabora una ritualización; donde allí dominaban los verdes del esmalte aquí es la indiferenciación de la cara, el tono mate de la piel en el que se camuflan las tiras curativas. Si allí eran guerreros Inmortales, aguerridos, en posición de firmes, aquí es una mujer, indefensa, la que ni siquiera nos observa, pues parece demasiado ajetreada, operando evoluciones incansables, dijéramos que impredeciblemente medidas para ella misma, frente a un espejo, pero sin mayor entusiasmo, para ocultar las huellas de algo, no sabemos si dolor, magulladuras, si simplemente para silenciarse.
La propia elección del tocado de la artista nos conduce a un entorno asiático, no sabemos si Japón o la India, pero a medida que va a avanzando el video esa figura descontextualizada, comienza a adquirir los rasgos de una deidad hindú, tal vez Shiva, metamorfoseándose en divinidad al tiempo en que las imágenes se desdoblan una y cientos de veces al ritmo de una especie de mantra. Una mujer que deja de ser mujer para convertirse en un compendio de laceraciones, ocultas, pero evidentes, toda vez que la figura femenina pierde todos sus posibles atributos identificativos, las cejas, los labios, incluso la mirada, tapada por esas gafas para no ver, para esconder las evidencias de ese dolor percibido. La mujer se sana a sí misma, porque el aprendizaje connatural de la medicina le ha llevado a entender que sólo en ese contacto del “sana, sana, culito de rana…” puede hallarse la verdadera cura, incluso el peor de los castigos, el de la interiorización del postergar, de que la mejoría puede no llegar hoy, puede dilatarse en el tiempo, porque “si no se cura hoy, se cura mañana”, algo que toda buena mujer maltratada ha tatuado en sus carnes hasta convencerse de que ésa es la única certeza. A. Gonzalez.